martes, 27 de noviembre de 2007

Primer FENACI


Entre el 14 y el 16 de octubre se llevó a cabo el Primer Festival Nacional de Cine Independiente (FENACI), en el auditorio de PetroPerú -Av. Paseo de la República 3361, San Isidro. La organización corrió por cuenta de Cine Arte San Marcos y contó con el apoyo de PetroPerú, El Instituto de Ciencias y Humanidades y Media Solutions Perú E.I.R.L. Es así que durante tres días se proyectaron doce largometrajes provenientes de diversas regiones del Perú. De Lima, Que vida fue la mía, de Walter Canchaya y Good bye Pachacutec, de Federico Gabriel García; de Ayacucho, La Maldición de los Jarjachas, de Palito Ortega; de La Libertad, Los actores, de Omar Forero; de Junín, Sangre y tradición, de Nilo Inga; de Puno, El huerfanito, de Flaviano Quispe y El misterio del Kharisiri, de Henry Vallejo; y de Cajamarca Los Taitas y Los caciques, de Héctor Marreros. También de Marreros se proyectó en calidad de estreno absoluto para la capital El encuentro de dos mundos, la otra cara.

Si bien hablar de un cine peruano independiente no es pertinente dada la ausencia de una industria fílmica en nuestro país, son las producciones de provincia, o las que son realizadas por directores autóctonos radicados en las afueras de la capital, las menos dependientes del “sistema” y a su vez las más representativas. Películas de aliento indigenista, tropical o criollo, grabadas al margen de tópicos y/o fórmulas occidentales e importadas, como las exhibidas a lo largo del primer FENACI.

Hay que destacar entonces la iniciativa del colectivo sanmarquino de poner en agenda por primera vez de manera “oficial” a ese otro cine. Si bien El Cinematógrafo de Barranco y el Centro Cultural José María Arguedas, CAFAE-SE, han sido en los últimos tiempos las principales vitrinas limeñas de las producciones regionales, nunca una Institución le había dedicado un Festival propiamente dicho. Esto no es solo saludable como alternativa frente a la acartonada cartelera a la que estamos acostumbrados, sino para tomarle el pulso a una movida audiovisual que de un tiempo a esta parte devino en la más prolifica del país.

Por ello, más allá de la esperable calidad de las películas en cuestión, el FENACI pudo despejar un poco la bruma que se cierne sobre estas cinematografías emergentes, pero poco conocidas por el espectador no especializado de la capital. La entrada libre fue en tal sentido un motivo justo y necesario para incentivar la afluencia del público.

Sin embargo, no se le dio al Festival la importancia debida, al punto que ni siquiera figuró en la agenda cultural de ningún medio importante. Tal vez a ello se deba la poca afluencia de público, la cual nada tiene que ver con las salas abarrotadas que se les suele atribuir a las proyecciones de las películas del interior en provincia. A pesar de que el auditorio sanisidrino cuenta con una holgada capacidad, quizá con un manejo de prensa más adecuado el evento de marras hubiera lucido menos desolado. Esperemos que en un eventual segundo FENACI las cuestiones organizativas (las funciones empezaron en su mayoría a destiempo, Petroperú ni siquiera había autorizado el uso del estacionamiento por parte de los concurrentes), así como las películas proyectadas, demuestren una mejoría.
Diego Cabrera

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