martes, 27 de noviembre de 2007

Entrevista Mélinton Eusebio

Estado de miedo
Muchos cineastas encuentran el terror como el medio idóneo para extrapolar los traumas e inquietudes de la sociedad. Dos ejemplos tácitos de ello los podemos encontrar en las películas del Movimiento Expresionista Alemán y de la Serie B norteamericana. Paradójicamente, en ambos casos la guerra fue la semilla del arte. El caso peruano no es diferente. Mélinton Eusebio, responsable de la primera película nacional de género fantástico realizada y producida íntegramente por peruanos, es uno de los tantos hijastros del conflicto armado interno que sufrió el país durante las décadas del ochenta y noventa. Con tres producciones a cuestas y una más en camino, este cineasta ayacuchano no solo representa al cine de horror en nuestro país, sino a toda una generación de artistas llamados a renovar el cine y la cultura nacional.

¿En que momento decidió hacer carrera en el cine?
Resulta que de niño era el típico chanconcito, siempre participaba en las actividades del colegio, entre ellas el teatro. A la par, comenzaba a coleccionar bolsilibros (llegue a tener, junto con mi hermano, cinco baúles llenos). Tener tantas historias en la cabeza comenzó a despertar la creatividad en mí. Me imaginaba historias, y me escapaba del colegio solo para pensarlas. Recuerdo que me alejaba a un parque y soñaba con ellas. Fue entonces que me plantee la posibilidad de filmar esas historias, y reuní a un grupo de personas dedicadas a la grabación de bautizos y fiestas, y les propuse la idea de hacer películas. Desde entonces veo cine y televisión con otros ojos.

Sucedió algo curioso en relación a sus películas. Me refiero al cambio de registro que se da entre Lágrimas de fuego, tu primera película, y las dos subsiguientes. Pasa de un cine netamente social, en el que trata el mundo de las pandillas, a otro fantástico.
Con las pandillas pretendía reflejar la realidad de ese momento. La intención era seguir haciendo películas y así fui buscando historias. No quiero que me encasillen en ese género. Yo por ahora tengo esa obligación, para invitar a mis colegas a que miren también otros géneros. Pero mi intención final es desnudar al hombre en sus traumas, y sus valores. Dejar descubierto al ser humano, trabajar en su inconsciente. El problema es que ese tipo de cine no vende.

Y usted quiere vender.
Algunos críticos me dicen que los provincianos tienen q perseguir un lenguaje cinematográfico más comercial, más occidental. Pero si llegáramos a ese punto le daríamos la espalda a nuestro espectador más fiel. En provincias, con escenas repetitivas la gente se divierte. Si me adecuase a un lenguaje más citadino, el poblador andino no se complementaría con las escenas de mis películas. Yo he encontrado esa peculiaridad en gente que jamás en su vida ha entrado a una sala de cine.

Claro. Es lógico que en un país tan fraccionado como el nuestro a la gente le cueste llegar a un entendimiento. Una forma de menospreciar el trabajo de ustedes, los cineastas del interior del Perú, es a través de esa sugerencia que me comenta.
Los críticos creen q porque han leído periódicos, porque tienen mayor acceso a información, o por cuestiones intuitivas son capaces de entender el mundo del ande. Hay que reconocer que es un contexto diferente, incomparable, al punto que no existen términos bajo los cuales nos pueda catalogar. Hay zonas del interior donde se hace muchísimo cine, Cusco, Ayacucho, Puno, Junín, pero poner a todos en un mismo saco es como darnos la espalda. No se nos presta la atención debida.

¿Por qué hasta ahora no podemos ver en Lima su tercera película, Almas en pena, si ésta terminó su proceso de post-producción el año 2005?
Justamente, acabo de regresar de su estreno en Ancash. Lo que sucede es que en Ayacucho pegó de tal manera que decidí hacer un tour nacional, y estoy a la espera de poder estrenarla en Lima.

Me imagino que debe ser bastante complicado producir una película en el Ande.
Mira, la persona interesada en hacer cine en provincias tiene q ser multifacético. En mi caso he sido hasta boletero. Créeme que todo eso repercute en el trabajo final. Además, allá no contamos con gente debidamente capacitada, no hay profesionales, ni buenos equipos. Estamos hablando de un cine que se realiza de manera muy precaria. Para graficarte mejor la idea, Lágrimas de fuego concluyó cuando teníamos rodado tan solo el 70% del guión; Jarjacha el 55%. Lo más crítico ha sido la cuestión técnica, la escasez de presupuesto. Puede sonar a justificación, pero es la realidad.

Bueno, pero en el caso de Jarjacha ese 55% fue una contundente carta de presentación. ¿Cuál es el origen de ese proyecto?
Me encontraba buscando una historia interesante para mi segunda película, cuando de pronto me di con la sorpresa de que nunca se había hecho terror en el Perú. Los temas que se hacían en Lima eran trillados, y esto era totalmente distinto. De alguna manera, quería convertir al Jarjacha en nuestro monstruo bandera.

¿Y lo consiguió?
Mira, sin saberlo, Jarjacha se exhibió en Brasil, Paraguay, Bolivia y Argentina. Incluso la habían traducido al portugués. Eso afianza mi convicción de que un demonio andino vende, no sólo al Perú sino en el extranjero. No quise guiarme por intereses comerciales, pero sabía que como era una leyenda conocida no podía desligarme mucho de ella, tenía que ceñirme al mito. Sin embargo, mi película tiene un toque personal: el demonio y toda su iconografía: el escupitajo como arma; el pico, instrumento fundamental de los campesinos en el ande; y el espejo, el reflejo de la vergüenza, como antídoto. Lo bueno es que la gente en el ande no ha sido indiferente con mi creación. Puedo jactarme de haberle dado un rostro al Jarjacha. Ahora ellos saben como es, antes no podían imaginárselo. En Latinoamérica ya conseguí mi objetivo, pero aún me falta. El Jarjacha es tan exportable como cualquier monstruo de la Universal.

En un principio usted pensaba realizar una segunda parte. ¿Qué pasó?
Dado que la primera parte se mantuvo por 10 semanas en cartelera en un cine capaz de albergar a 1200 personas, planteaba realizar una secuela. Pero de pronto apareció un nuevo Jarjacha (el de Palito Ortega), y tuve que paralizar el proyecto. Es lamentable que en nuestro medio exista gente así. La gente esperaba una segunda parte, y esa persona se aprovechó de la coyuntura confundiendo a las personas lanzando su Jarjacha como si fuera una segunda parte del mío. Pienso que el artista debe tener una esencia única. Los artistas tienen una personalidad más subliminal. Allí no encaja el figuretismo, la ambición desmedida. Cuando le reclamé explicaciones, él sólo se remitió a decirme: “el mercado es el mercado”. Lo más lamentable es que esa persona ha levantado un mito sobre otro mito. Me refiero a que él quiere hacerle creer a la gente que es el autor del Jarjacha. Para ello me ha acusado en más de una oportunidad de plagio.

Y al llegar a Lima, al margen de la polémica sobre la autoría del Jarjacha, ¿qué otras sorpresas se llevó?
Cuando llegué de Ayacucho, yo pensaba encontrar mayor recepción, y un clima más propicio de trabajo. Sin embargo, la situación es similar a la que viví en Ayacucho. En vez de recibir apoyo, lo único que encontré fue cizaña y envidia.

Ahora que menciona su traslado a la capital ¿encuentra grandes diferencias entre la mitología urbana y la rural?
Por supuesto. En la serranía la gente le tiene muchísimo miedo a la oscuridad. En muchos lugares la gente se mete a sus casas a partir de las 6 de la tarde, debido a la falta de electricidad. Esa oscuridad hace que el Jarjacha sea más temido. En la ciudad, en cambio, la gente le teme a la sangre que emana de accidentes y mutilaciones. Creo que también le temen a los fantasmas. Al misterio de la vida después de la muerte.
Ese deambular en medio de sombras tiene también una implicancia sociopolítica. Ustedes han convivido por casi veinte años con el terror.
Exacto, y por eso la gente del ande vive más atemorizada. Es como si nos gustara sentir miedo. De otra manera no se puede entender el que abarroten las salas de cine para aterrorizarse. Es una especie de catarsis. Sentir miedo y pensar que has convivido con el terror o con la muerte, es algo familiar para nosotros. En Lima se convive de otra manera con el terror. Acá se siente menos. Mira la prensa sensacionalista por ejemplo. Siento que la gente cada vez se asusta menos. Para asustar tienes q recurrir a otras fórmulas.

En ese sentido, hacer terror es bastante complicado Sin embargo, usted insiste (risas) Y ahora es el turno de la Casa Matusita. Supongo que filmarla habrá sido uno de sus principales motivos para mudarse a la capital. ¿Cómo así surge el interés por ese fantasmagórico lugar?
Yo vengo a Lima desde hace tiempo. Mis hermanos viven acá, pero desde hace un año decidí mudarme con ellos para abocarme de lleno en el proyecto. Me dio curiosidad el temor que ese lugar despertaba en los limeños. Me llamó la atención como es que, habiendo tanta gente hacinada en Lima, nadie se atreva a habitar esa casa. Mi intención era aclarar ese miedo.

¿Y cómo va el proyecto?
Lamentablemente hemos tenido muchos obstáculos, tanto a nivel presupuestal como logístico. El local está clausurado, así que es imposible filmar en su segundo piso. Ahora pienso armar un escenario parecido y enfocar la parte exterior, pero hay complicaciones legales al respecto.

Hemos hablado de temores andinos y urbanos de manera general, pero no de los suyos en particular. ¿Podría contarnos qué le atemoriza?
Siempre he sido una persona timorata. Le temo sobre todo a tres cosas: a los perros, a las mujeres y a los fantasmas. En el primer caso, resulta que los perros y sus colmillos tienen cierta afinidad conmigo, por ello, al verlos, procuro cruzar a la vereda de enfrente. Con respecto a la mujer, me baso en la experiencia para afirmar que una mujer despechada es altamente peligrosa. Cuando están cargadas de emotividad, cuando están cegadas, son capaces de cometer los crímenes más horrendos. En el caso de los fantasmas, me sucede algo curioso: no puedo asistir a funerales, ni a sepelios, y mucho menos darme el lujo de complacer mi morbo viendo muertos producto de accidentes de tránsito. Si veo muertos reales se graban en mi mente y no me permiten dormir, ya que se me presentan constantemente en sueños. Debe deberse a algo psicológico. Pero también soy medio masoquista al respecto. De lo contrario mis películas no irían por ese lado.

¿Ha tenido alguna experiencia con “el más allá”?
Bueno, cuando niño tuve una, o creí tenerla. Una noche mientras dormía, o mientras intentaba hacerlo, se apareció frente a mí un primo con el cual esa misma tarde, en medio de un partido de fulbito, había tenido un conflicto. Resulta que al despertarme me enteré que el susodicho acababa de fallecer. Mi primo quería irse en paz conmigo. Ya de adulto me pasó algo aún más curioso. Durante la filmación de Jarjacha tuvimos que ir al cementerio para grabar una escena con una tumba en particular. Se nos dijo que antes de filmar sería bueno dedicarle un rezo al difunto que la ocupaba, pero no creí necesario hacerlo. Al día siguiente amanecí enfermo, sin razón aparente. Llegué hasta el hospital, y nadie daba con mi mal. Felizmente, ya no me pasan ese tipo de cosas. De lo contrario, éstas darían fuerza a todo lo q tengo en la mente. Tal vez me convencería erróneamente de que esas imágenes son reales y no sé que podría pasar.

Una de las actrices de Lágrimas de fuego, luego de interpretar a una desequilibrada mental enloqueció hasta la muerte. Posteriormente, uno de los actores de Jarjacha: El Demonio del Incesto falleció una vez estrenada la película. Recientemente, una vez finalizado el rodaje de Almas en pena, la ficción se trasladó a la realidad cuando un camión se desbarrancó con personas del equipo técnico a bordo, luego de haber filmado una escena en la que ocurría algo similar semanas atrás. Pareciera que sobre sus películas cae una especie de maldición.
Es extraño, no sé como definir lo que ocurre con mis películas. Contrario a lo que puedan creer, yo no soy supersticioso. Solo respeto mucho a los muertos.

Diego Cabrera.

(Entrevista Extraída de la revista Curiocity, octubre 2006)

Las fotos correponden a dos escenas de la película Almas en pena y al rodaje de Jarjacha: El Demonio del Incesto, respectivamente.

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