martes, 27 de noviembre de 2007

Pantalla interior


La coyuntura lo ameritaba. Ante la proliferación de Blogs peruanos relacionados al cine, resultaba paradójica la ausencia de alguno que se ocupe en exclusiva del más autóctono de todos: el que se hace en las afueras de Lima por realizadores oriundos del interior del Perú. Más aún cuando el cine de provincia goza en la actualidad de una presencia preponderante. Y no solo porque las películas regionales abarrotan las salas, teatros y municipalidades en las que se presentan, permaneciendo en “cartelera” por semanas y hasta meses; sino porque aparecen como alternativa identitaria frente a las “occidentalizadas” producciones que los medios de comunicación nos presentan de manera uniforme.

PANTALLA INTERIOR se compromete a dar cuenta, aproximadamente cada veinte días, de ese otro cine. Cada entrega estará conformada por noticias vinculadas de alguna u otra manera al quehacer audiovisual del interior del Perú; entrevistas a un determinado director provinciano, críticas de sus películas y artículos relacionados a su obra o al cine regional en general. Los Artículos, Ensayos, Críticas y Comentarios serán tomados en su mayoría de medios impresos y virtuales; pero habrán también textos escritos por críticos amigos en exclusiva para este Blog. Las entrevistas, notas informativas y de opinión correrán por cuenta del que suscribe.

Esta primera edición estará dedicada no a uno sino a dos de los principales cineastas del interior: Flaviano Quispe y Mélinton Eusebio. Esta entrega especial también incluye un comentario acerca del Primer Festival Nacional de Cine Independiente (FENACI), que se llevó a cabo entre el 14 y el 16 de noviembre en el Auditorio Petroperú. Para una próxima edición estará listo un CATALOGO PERUANO DE PELÍCULAS DEL INTERIOR, que pretender incluir todas las producciones realizadas en cine o video en nuestro país desde el documental El Oriente Peruano (1921) a la fecha. Cualquier tipo de aporte que pueda nutrir el dichoso Catalogo es bienvenido.

Más que como manifestación artística, el cine del interior se hace urgente como espejo cultural, instrumento de representación popular, o documento social. Lamentablemente, aún no ha surgido un cineasta del ande o de la selva capaz de superar sus limitaciones (presupuestos exiguos o casi inexistentes, falta de apoyo institucional, ausencia de preparación profesional, equipo técnico inadecuado, etc.) para entregarnos un producto rico en su precariedad, a la manera de los que en su momento nos presentarón directores de la talla de Glauber Rocha, Nelson Pereira Do Santos, o Fernando Solanas. Desde aquí nos mantendremos alertas, si es posible, hasta que eso suceda.

Diego Cabrera

Entrevista Mélinton Eusebio

Estado de miedo
Muchos cineastas encuentran el terror como el medio idóneo para extrapolar los traumas e inquietudes de la sociedad. Dos ejemplos tácitos de ello los podemos encontrar en las películas del Movimiento Expresionista Alemán y de la Serie B norteamericana. Paradójicamente, en ambos casos la guerra fue la semilla del arte. El caso peruano no es diferente. Mélinton Eusebio, responsable de la primera película nacional de género fantástico realizada y producida íntegramente por peruanos, es uno de los tantos hijastros del conflicto armado interno que sufrió el país durante las décadas del ochenta y noventa. Con tres producciones a cuestas y una más en camino, este cineasta ayacuchano no solo representa al cine de horror en nuestro país, sino a toda una generación de artistas llamados a renovar el cine y la cultura nacional.

¿En que momento decidió hacer carrera en el cine?
Resulta que de niño era el típico chanconcito, siempre participaba en las actividades del colegio, entre ellas el teatro. A la par, comenzaba a coleccionar bolsilibros (llegue a tener, junto con mi hermano, cinco baúles llenos). Tener tantas historias en la cabeza comenzó a despertar la creatividad en mí. Me imaginaba historias, y me escapaba del colegio solo para pensarlas. Recuerdo que me alejaba a un parque y soñaba con ellas. Fue entonces que me plantee la posibilidad de filmar esas historias, y reuní a un grupo de personas dedicadas a la grabación de bautizos y fiestas, y les propuse la idea de hacer películas. Desde entonces veo cine y televisión con otros ojos.

Sucedió algo curioso en relación a sus películas. Me refiero al cambio de registro que se da entre Lágrimas de fuego, tu primera película, y las dos subsiguientes. Pasa de un cine netamente social, en el que trata el mundo de las pandillas, a otro fantástico.
Con las pandillas pretendía reflejar la realidad de ese momento. La intención era seguir haciendo películas y así fui buscando historias. No quiero que me encasillen en ese género. Yo por ahora tengo esa obligación, para invitar a mis colegas a que miren también otros géneros. Pero mi intención final es desnudar al hombre en sus traumas, y sus valores. Dejar descubierto al ser humano, trabajar en su inconsciente. El problema es que ese tipo de cine no vende.

Y usted quiere vender.
Algunos críticos me dicen que los provincianos tienen q perseguir un lenguaje cinematográfico más comercial, más occidental. Pero si llegáramos a ese punto le daríamos la espalda a nuestro espectador más fiel. En provincias, con escenas repetitivas la gente se divierte. Si me adecuase a un lenguaje más citadino, el poblador andino no se complementaría con las escenas de mis películas. Yo he encontrado esa peculiaridad en gente que jamás en su vida ha entrado a una sala de cine.

Claro. Es lógico que en un país tan fraccionado como el nuestro a la gente le cueste llegar a un entendimiento. Una forma de menospreciar el trabajo de ustedes, los cineastas del interior del Perú, es a través de esa sugerencia que me comenta.
Los críticos creen q porque han leído periódicos, porque tienen mayor acceso a información, o por cuestiones intuitivas son capaces de entender el mundo del ande. Hay que reconocer que es un contexto diferente, incomparable, al punto que no existen términos bajo los cuales nos pueda catalogar. Hay zonas del interior donde se hace muchísimo cine, Cusco, Ayacucho, Puno, Junín, pero poner a todos en un mismo saco es como darnos la espalda. No se nos presta la atención debida.

¿Por qué hasta ahora no podemos ver en Lima su tercera película, Almas en pena, si ésta terminó su proceso de post-producción el año 2005?
Justamente, acabo de regresar de su estreno en Ancash. Lo que sucede es que en Ayacucho pegó de tal manera que decidí hacer un tour nacional, y estoy a la espera de poder estrenarla en Lima.

Me imagino que debe ser bastante complicado producir una película en el Ande.
Mira, la persona interesada en hacer cine en provincias tiene q ser multifacético. En mi caso he sido hasta boletero. Créeme que todo eso repercute en el trabajo final. Además, allá no contamos con gente debidamente capacitada, no hay profesionales, ni buenos equipos. Estamos hablando de un cine que se realiza de manera muy precaria. Para graficarte mejor la idea, Lágrimas de fuego concluyó cuando teníamos rodado tan solo el 70% del guión; Jarjacha el 55%. Lo más crítico ha sido la cuestión técnica, la escasez de presupuesto. Puede sonar a justificación, pero es la realidad.

Bueno, pero en el caso de Jarjacha ese 55% fue una contundente carta de presentación. ¿Cuál es el origen de ese proyecto?
Me encontraba buscando una historia interesante para mi segunda película, cuando de pronto me di con la sorpresa de que nunca se había hecho terror en el Perú. Los temas que se hacían en Lima eran trillados, y esto era totalmente distinto. De alguna manera, quería convertir al Jarjacha en nuestro monstruo bandera.

¿Y lo consiguió?
Mira, sin saberlo, Jarjacha se exhibió en Brasil, Paraguay, Bolivia y Argentina. Incluso la habían traducido al portugués. Eso afianza mi convicción de que un demonio andino vende, no sólo al Perú sino en el extranjero. No quise guiarme por intereses comerciales, pero sabía que como era una leyenda conocida no podía desligarme mucho de ella, tenía que ceñirme al mito. Sin embargo, mi película tiene un toque personal: el demonio y toda su iconografía: el escupitajo como arma; el pico, instrumento fundamental de los campesinos en el ande; y el espejo, el reflejo de la vergüenza, como antídoto. Lo bueno es que la gente en el ande no ha sido indiferente con mi creación. Puedo jactarme de haberle dado un rostro al Jarjacha. Ahora ellos saben como es, antes no podían imaginárselo. En Latinoamérica ya conseguí mi objetivo, pero aún me falta. El Jarjacha es tan exportable como cualquier monstruo de la Universal.

En un principio usted pensaba realizar una segunda parte. ¿Qué pasó?
Dado que la primera parte se mantuvo por 10 semanas en cartelera en un cine capaz de albergar a 1200 personas, planteaba realizar una secuela. Pero de pronto apareció un nuevo Jarjacha (el de Palito Ortega), y tuve que paralizar el proyecto. Es lamentable que en nuestro medio exista gente así. La gente esperaba una segunda parte, y esa persona se aprovechó de la coyuntura confundiendo a las personas lanzando su Jarjacha como si fuera una segunda parte del mío. Pienso que el artista debe tener una esencia única. Los artistas tienen una personalidad más subliminal. Allí no encaja el figuretismo, la ambición desmedida. Cuando le reclamé explicaciones, él sólo se remitió a decirme: “el mercado es el mercado”. Lo más lamentable es que esa persona ha levantado un mito sobre otro mito. Me refiero a que él quiere hacerle creer a la gente que es el autor del Jarjacha. Para ello me ha acusado en más de una oportunidad de plagio.

Y al llegar a Lima, al margen de la polémica sobre la autoría del Jarjacha, ¿qué otras sorpresas se llevó?
Cuando llegué de Ayacucho, yo pensaba encontrar mayor recepción, y un clima más propicio de trabajo. Sin embargo, la situación es similar a la que viví en Ayacucho. En vez de recibir apoyo, lo único que encontré fue cizaña y envidia.

Ahora que menciona su traslado a la capital ¿encuentra grandes diferencias entre la mitología urbana y la rural?
Por supuesto. En la serranía la gente le tiene muchísimo miedo a la oscuridad. En muchos lugares la gente se mete a sus casas a partir de las 6 de la tarde, debido a la falta de electricidad. Esa oscuridad hace que el Jarjacha sea más temido. En la ciudad, en cambio, la gente le teme a la sangre que emana de accidentes y mutilaciones. Creo que también le temen a los fantasmas. Al misterio de la vida después de la muerte.
Ese deambular en medio de sombras tiene también una implicancia sociopolítica. Ustedes han convivido por casi veinte años con el terror.
Exacto, y por eso la gente del ande vive más atemorizada. Es como si nos gustara sentir miedo. De otra manera no se puede entender el que abarroten las salas de cine para aterrorizarse. Es una especie de catarsis. Sentir miedo y pensar que has convivido con el terror o con la muerte, es algo familiar para nosotros. En Lima se convive de otra manera con el terror. Acá se siente menos. Mira la prensa sensacionalista por ejemplo. Siento que la gente cada vez se asusta menos. Para asustar tienes q recurrir a otras fórmulas.

En ese sentido, hacer terror es bastante complicado Sin embargo, usted insiste (risas) Y ahora es el turno de la Casa Matusita. Supongo que filmarla habrá sido uno de sus principales motivos para mudarse a la capital. ¿Cómo así surge el interés por ese fantasmagórico lugar?
Yo vengo a Lima desde hace tiempo. Mis hermanos viven acá, pero desde hace un año decidí mudarme con ellos para abocarme de lleno en el proyecto. Me dio curiosidad el temor que ese lugar despertaba en los limeños. Me llamó la atención como es que, habiendo tanta gente hacinada en Lima, nadie se atreva a habitar esa casa. Mi intención era aclarar ese miedo.

¿Y cómo va el proyecto?
Lamentablemente hemos tenido muchos obstáculos, tanto a nivel presupuestal como logístico. El local está clausurado, así que es imposible filmar en su segundo piso. Ahora pienso armar un escenario parecido y enfocar la parte exterior, pero hay complicaciones legales al respecto.

Hemos hablado de temores andinos y urbanos de manera general, pero no de los suyos en particular. ¿Podría contarnos qué le atemoriza?
Siempre he sido una persona timorata. Le temo sobre todo a tres cosas: a los perros, a las mujeres y a los fantasmas. En el primer caso, resulta que los perros y sus colmillos tienen cierta afinidad conmigo, por ello, al verlos, procuro cruzar a la vereda de enfrente. Con respecto a la mujer, me baso en la experiencia para afirmar que una mujer despechada es altamente peligrosa. Cuando están cargadas de emotividad, cuando están cegadas, son capaces de cometer los crímenes más horrendos. En el caso de los fantasmas, me sucede algo curioso: no puedo asistir a funerales, ni a sepelios, y mucho menos darme el lujo de complacer mi morbo viendo muertos producto de accidentes de tránsito. Si veo muertos reales se graban en mi mente y no me permiten dormir, ya que se me presentan constantemente en sueños. Debe deberse a algo psicológico. Pero también soy medio masoquista al respecto. De lo contrario mis películas no irían por ese lado.

¿Ha tenido alguna experiencia con “el más allá”?
Bueno, cuando niño tuve una, o creí tenerla. Una noche mientras dormía, o mientras intentaba hacerlo, se apareció frente a mí un primo con el cual esa misma tarde, en medio de un partido de fulbito, había tenido un conflicto. Resulta que al despertarme me enteré que el susodicho acababa de fallecer. Mi primo quería irse en paz conmigo. Ya de adulto me pasó algo aún más curioso. Durante la filmación de Jarjacha tuvimos que ir al cementerio para grabar una escena con una tumba en particular. Se nos dijo que antes de filmar sería bueno dedicarle un rezo al difunto que la ocupaba, pero no creí necesario hacerlo. Al día siguiente amanecí enfermo, sin razón aparente. Llegué hasta el hospital, y nadie daba con mi mal. Felizmente, ya no me pasan ese tipo de cosas. De lo contrario, éstas darían fuerza a todo lo q tengo en la mente. Tal vez me convencería erróneamente de que esas imágenes son reales y no sé que podría pasar.

Una de las actrices de Lágrimas de fuego, luego de interpretar a una desequilibrada mental enloqueció hasta la muerte. Posteriormente, uno de los actores de Jarjacha: El Demonio del Incesto falleció una vez estrenada la película. Recientemente, una vez finalizado el rodaje de Almas en pena, la ficción se trasladó a la realidad cuando un camión se desbarrancó con personas del equipo técnico a bordo, luego de haber filmado una escena en la que ocurría algo similar semanas atrás. Pareciera que sobre sus películas cae una especie de maldición.
Es extraño, no sé como definir lo que ocurre con mis películas. Contrario a lo que puedan creer, yo no soy supersticioso. Solo respeto mucho a los muertos.

Diego Cabrera.

(Entrevista Extraída de la revista Curiocity, octubre 2006)

Las fotos correponden a dos escenas de la película Almas en pena y al rodaje de Jarjacha: El Demonio del Incesto, respectivamente.

Crítica Jarjacha: El Demonio del Incesto

Dirección: Mélinton Eusebio
Protagonistas: César Noa Sebastián Macario, Ivón Flores Pacheco, Nilo Escriba Palomino, Mélinton Eusebio, Edgar palomino Medina, Editt Torres, Rolando Quispe.
Año: 2002

Durante el último año el video digital se ha convertido en el soporte fundamental de varios nuevos y jóvenes directores peruanos, quienes con talento o sin él, se han abocado a la realización de películas de diversas temáticas.

Uno de estos incipientes videastas es el ayacuchano Mélinton Eusebio Ordaya, quien presentó su largometraje "Jarjacha: El Demonio del Incesto" fuera del circulo comercial. La primera impresión que nos deja su trabajo es la de estar ante un realizador amateur cuya discreta vocación artesanal se nota en cada plano. Lo que nos lleva también a considerar que se trata de un autodidacta con un marcado interés en el género fantástico.

La suya es una cinta que apela a conocidas fórmulas de la narrativa sobrenatural. Para el caso, tres estudiantes universitarios que arriban a una lejana comunidad campesina con la finalidad de estudiar el nivel de pobreza de sus habitantes. Y como en cualquier típico relato de terror, los jóvenes encuentras un lugar con la atmósfera enrarecida, en el que la gente se comporta de manera extraña.

Poco a poco los forasteros van descubriendo que la conducta incestuosa de más d eun campesino genera la aparición de los "jarjachas", personas cuya pecaminosa conducta los hace ser considerados como demonios por cierta tradición mitológica andina. Estas personas se transforman en llamas tras la culminación del pecado y emiten unos gemidos similares a los de estos lanudos mamíferos.

Pese a la modestia de recursos, la planificación del relato denota en Eusebio Ordaya una preocupación por generar tensión y, sobre todo, darle un gran vuelo dramático terrorífico a la historia a partir de la exposición de los "jarjachas". Sin embargo, el realizador no puede evitar que el amateurismo se imponga. No solamente a nivel de las actuaciones, que son muy débiles (estamos ante actores no profesionales), sino también en la propia puesta en escena, en la que hay visibles problemas de ritmo y continuidad.

Habrá que esperar futuras películas del videasta para ver si es capaz de superar el modesto nivel artesanal de "Jarjacha..." y ver si se puede empezar a hablar de un realizador a tomar seriamente en cuenta.

Enrique Silva

(Crítica extraída de la revista Tren de sombras Nº 01,marzo 2004)

Crítica Almas en pena

Director: Mélinton Eusebio
Año: 2005

Cuando uno se enfrenta a un película surgida desde un núcleo cultural distinto del nuestro (el occidental), es necesario tomar en cuenta nuestra propia posición de lectura, el lugar desde el cual la estamos apreciando (y juzgando). Eso, por supuesto, si la película lo permite. En Jarjacha, el demonio del incesto (2002), Mélinton Eusebio se había apropiado de una figura clave de la cosmovisión andina (el mítico Jarjacha, cuyo conocimiento resultaba esencial para comprender a cabalidad la película) para ponerlo al servicio de un proyecto mayor: la mirada nunca certera de la realidad andina a los ojos occidentales.

Esa tensión cultural irresuelta no está presenta en Almas en pena. La película parece inscribirse deliberadamente dentro del sistema “película de terror”, y cumple con las reglas (y encuentra las limitaciones) que le impone el género. Es cierto que nunca debemos juzgar un texto (escrito, fílmico o de cualquier tipo) por lo que no es, así que centrémonos en su propia premisa y veamos qué encontramos a la luz de ese marco. Como película de terror, Almas en pena no presenta ninguna variación que la haga más interesante que cualquier película convencional del género: Eusebio, el protagonista, tiene la indeseable capacidad de ver a personas muertas, explotado incluso en blockbusters tan deleznables y previsibles como El sexto sentido. Ese tópico inicial no es utilizado como un pretexto que permita ofrecer una perspectiva personal del género, y mucho menos sirve como puente para reelaborar el tema de los fantasmas y las apariciones bajo los códigos de la cultura del universo representado (el mundo andino).

A pesar de todo, Eusebio se da maña para romper con los parámetros que se impone. Y esto ocurre con la aparición de Arcadio, un hombre ambicioso, con cierto poder y dinero, que no duda en matar para cumplir con sus ambiciones. La ruptura del orden que sufre la sociedad con los crímenes de Arcadio es narrada con energía y vitalidad, y consigue momentos de alta tensión dramática. A la película le bastan un par de escenas para transmitir la complejidad de una realidad en que la justicia no existe (y la impunidad depende del azar: en este caso, un sombrero que cae azarosamente por un precipicio en el momento del crimen). Esta anécdota, de lejos lo más logrado e interesante de Almas en pena, tiene además la virtud de encajar a la perfección dentro de la historia principal que se está relatando. El problema es que no consigue enriquecer dicha historia, no le da ningún matiz (difícilmente lo más alto al servicio de lo más bajo dará buenos resultados).

A pesar de que con las dos películas mencionadas, el director parece haber optado por un camino que lo limita (el género de terror), cuando burla el esquema y se aproxima al realismo (como con Arcadio), salta a la vista que tiene el suficiente talento y capacidad como para lograr resultados mayores. Esperemos que en algún momento decida quitarse ese corsé genérico que por ahora es al mismo tiempo su sustento y su limitación.

Francisco Ángeles

Entrevista Flaviano Quispe

El reflejo del Ande
De un tiempo a esta parte, los cineastas provenientes del interior del país son quienes marcan la pauta en la escena cinematográfica peruana, tanto en Lima como en Provincia. Tuvimos la oportunidad de conversar con uno de los abanderados de este nuevo movimiento: Flaviano Quispe, en el marco de la trigésimo quinta sesión del coloquio Lo Cholo en el Perú.


Flaviano, usted viene de un hogar modesto situado en una de las provincias más pobres del Perú (Puno), ha sido desde vendedor de periódicos hasta director de una estación televisiva en su ciudad natal, ha viajado continuamente entre Puno, Cuzco y Lima ofreciendo sus artesanías. ¿En qué momento de su larga trayectoria es que decide hacer películas?
Mira, desde pequeño sentí una enorme fascinación por el cine. Tanto en Juliaca como cuando estuve brevemente en Lima, a los 12 años, me gustaba ir a ver películas antes que cualquier cosa. En especial las hindúes y las mexicanas, las cuales gustan mucho a la gente en provincia. Pero cuando decido hacer películas es luego de ver en televisión un reportaje acerca del cine en video que se hacía en Ayacucho. No recuerdo quien era el director, pero sí que trataba sobre un padre alcohólico que maltrataba a su hijo. Mientras veía ese reportaje, un amigo que se encontraba conmigo me dijo: mientras tú lo piensas (hacer películas), otros lo hacen”. Antes ya me había visto motivado por el éxito de un spot televisivo que realicé con motivo de la campaña electoral de mi hermano en Juliaca, postulaba a Regidor, en 1996. él terminó ganando y yo haciéndome cargo del primer canal de televisión de Juliaca. Ahí estuve casi un año. Luego decidí hacer un cortometraje a partir del cuento “Ushanan Jampi” de la obra Cuentos Andinos, del escritor Enrique López Albújar. Tanto fue el material grabado, que finalmente terminó siendo mi primer largometraje, El Abigeo.

La cual gozó de un tremendo éxito en Juliaca y posteriormente en varias ciudades del interior del Perú, pero no pudo ser estrenada en Lima. ¿A qué se debió ello?
Luego de llevar El abigeo a Puno, Moquegua, Tacna, Arequipa y otras ciudades del interior, decidí traerla a Lima para que pueda ser apreciada por otro tipo de público, pero no se pudo dar. Fui con una copia a la cadena de multicines Star, pero el formato en el que fue filmada la película, VHS, no se podía proyectar en el cine. Luego, cuando hice mi segunda película, El huerfanito, la filmé en digital y sí pudo ser proyectada pero solo por tres semanas, porque Troya y Van Helsing tenían que entrar en cartelera y ocuparon mi película tuvo que ceder su espacio.

Bueno, de todas formas en tan poco tiempo asistieron alrededor de 120 mil personas a verla. ¿Esperabas un éxito de tal magnitud? ¿Qué reacciones pudiste percibir entre los espectadores de la capital a diferencia de los que la vieron en Provincia?
Me sorprendió muchísimo. Imagínate que la gente seguía buscándola una vez que salió de cartelera. Acá en Lima la gente también se me acercaba a felicitarme, muchas personas se sintieron identificadas con Juanito (NR: el protagonista de la película), por su valentia frente al sufrimiento. Además, acá hay mucha gente de provincia que se vio reflejada en él porque ha sufrido la perdida de algún familiar querido a causa del terrorismo.

¿Y crees que para las personas que la vieron en Lima y han nacido en la capital, también tuvo el mismo efecto? ¿Piensas que tú película funciona en lugares cuyo contexto sociocultural es diferente al del ande peruano?
De hecho la película ha sido proyectada y ovacionada también en el extranjero. Recientemente estuvo junto con otras producciones andinas en un festival de cine Alemán, gracias a una gestión de Klaus Heder (NR: secretario general de la Federación Internacional de Críticos de Cine, FIPRESCI) y del Instituto Goethe. Hay mails de peruanos residentes en el extranjero que me comentan que venden copias piratas de mis películas circulando con bastante éxito en Brasil, Bolivia, Ecuador y otros lugares de Latinoamérica. Incluso, estuve caminando recientemente por La Paz y vi una copia de El huerfanito a la venta. El vendedor me comentó que la piden mucho. Fue muy gracioso.

Te lo pregunto porque el año pasado se desató una gran polémica en torno a una película de temática andina: Madeinusa, de Claudia Llosa. Muchos la descalificaron por retratar el mundo del ande peyorativamente, por ser una obra plagada de prejuicios, principalmente a raíz de que mostraba en la pantalla imágenes incestuosas y una fiesta pagana en la que abundaba el licor y el pecado. ¿Llegaste a ver la película? o, al margen de ello, ¿cuál es tu opinión al respecto?
Claro que sí, y también quedé disgustado. La vi con Jaime Luna Victoria (NR: crítico de cine que preside el Cineclub del Centro Cultural CAFAE de Miraflores) en el Cineplanet Alcazar. Luego de la función, ambos dimos nuestras opiniones al respecto. A él le gustó básicamente por cuestiones técnicas y por la historia. Yo en cambio me sentí ofendido porque el mundo del ande no es así. Madeinusa es una película peruana que no nos representa. Imagínate qué ideas se harán en el extranjero al verla. Me pregunto que pasaría si se realiza una película con un argumento similar pero desde un punto de vista andino. Seguramente aquí reaccionarían igual y hasta peor.

En realidad es muy complicado acercarse al mundo del ande desde una perspectiva tan occidentalizada como la de nosotros los limeños. Acá somos muy prejuiciosos y acomplejados al respecto. Algo similar sucedió en los años ochenta con la obra de La Escuela Cuzqueña y de Federico García. El docente y ensayista cinematográfico Balmes Lozano publicó un ensayo, titulado "Batallas del cine peruano", a manera de respuesta a los críticos de la revista Hablemos de cine, quienes tildaban las películas andinas de folcloristas y pintorescas. Lozano decía, en cambio, que éstas debían ser entendidas en función del contexto sociocultural peruano más que a un nivel formal. Pero Lozano omitía el hecho de que somos una sociedad mestiza marcada tanto por la influencia española como incaica. Por ello, no se pueden negar la una a la otra. En ese sentido, y yéndonos a la inversa, usted, como cineasta del ande, ¿qué apreciación tiene de las películas que se hacen en Lima?
Me parece que copian modelos extranjeros que no se corresponden con nuestra sociedad. Yo veo sus películas y me resultan falsas, increíbles. Nosotros, en cambio, hacemos un cine más intuitivo, y de mayor relación con las cosas que pasan en nuestras tierras. Mi película El abigeo, por ejemplo, es fiel reflejo de algo que sucede en muchas partes del Perú. Es por eso que el público acude masivamente a ver nuestras películas.

En ese sentido su cine es más purista pero también, debido a la precariedad en la que se desarrolla, más limitado. ¿Qué autocrítica le haría a las películas que forman parte de este nuevo movimiento?
Es evidente que nos falta bastante tanto a nosotros como al público mismo. Lamentablemente, la gente está acostumbrada a ver solo un tipo de películas, las que provienen de los Estados Unidos. Pero a nosotros como cineastas eso también nos afecta porque no podemos ver más cosas, provenientes de Europa, por ejemplo. Yo sé que tenemos muchos problemas, sobre todo en cuestiones técnicas, pero esas cosas se están superando poco a poco. Veo mi primera y mi segunda película y noto un progreso, una mejoría. De la misma manera veo la obra de mi paisano Henry Vallejo, o del huancaíno Nilo Inga y puedo admitir que me han superado técnicamente.

Ahora que menciona a sus colegas del interior, hay una cuestión que deja entrever cierto recelo entre ustedes. Me refiero a la enemistad existente entre dos de sus cineastas más representativos en relación a la autoría de Jarjacha, o a la constante pugna que tienen respecto a quién fue el primero en hacer películas en provincia. Ahora último nomás, llamó la atención que el supuesto precursor del cine de referente andino, Mélinton Eusebio, no formara parte de los fundadores de la nueva Asociación Peruana de Cineastas Andinos.
Bueno, de entre todos mis colegas del interior, Mélinton es de los más cercanos a mi persona. Como debes saber, Palito Ortega (NR: quien disputa con Eusebio la potestad del Jarjacha) ha sido el principal impulsor de nuestra agremiación. Es obvio entonces el porqué de la ausencia de Mélinton. Yo igual le extendí la invitación. Lo he estado llamando pero su teléfono no responde. De todas formas, tarde o temprano se sumará a nosotros. Nuestra idea es congregar a la mayor cantidad de gente posible. Queremos compartir comentarios, darnos cuenta de nuestros errores juntos, y darnos la mano en lo que sea necesario para mejor como conglomerado.

Una última pregunta. Luego de haber recibido dos premios para la realización de su tercera película, Sobrevivir en los andes, ¿cuál es su próximo proyecto?
Precisamente, recaudar los fondos necesarios para realizar Sobrevivir… en celuloide. Estoy en busca de una coproducción que me permita seguir participando en concursos que me ayuden a financiar mi película. Esperaré lo que sea necesario para por lo menos filmarla en 16mm o en súper 8mm.

Diego Cabrera
Los fotogramas corresponden a la película El Abigeo.

Crítica El Huerfanito


Dirección y guión: Flaviano Quispe
Protagonistas: Vladimir Estofanero, Kenjy Hilasaca, Laureano Mamani
Perú, 2004
Después de El Abigeo, producción inspirada en el cuento Ushanan-Jampi de Enrique López Albújar, el realizador puneño Flaviano Quispe estrenó en las pantallas capitalinas su segundo largometraje: El huerfanito. Con trazos neorrealistas y de película de la india, la historia del pequeño Juanito, el típico niño de un pueblo del Ande peruano comienza con la muerte de su madre, y es a partir de este hecho que se desencadenan una serie de peripecias que van a reforzar el tono dramático del relato.

Comparado a su realización anterior, hay ciertamente una evolución en el trabajo de este director, aunque la cámara parece a veces cargarse de cierta timidez en la aproximación hacia el relato. El video digital le ha permitido probar nuevas maneras de presentar visualmente las acciones, pero abusa en ciertos momentos de sus posibilidades para corregir ciertas falencias del rodaje, sobre todo con los acelerados en los planos de transición. El manejo de los tiempos se vuelve en contra de la atmosfera que se quiere imponer, pues apela más a nuestro referente de las comedias del cine mudo, que a la cobertura del drama descarnado.

El ritmo se vuelve uno de los defectos de esta cinta, pues hay un desequilibrio entre las acciones de los personajes y la presentación de situaciones. Esto se refleja principalmente en la secuencia del desfile, cuando Juanito contempla el interminable paso de bailarines, comparsas y músicos, en un festejo eterno.

El guión presenta también una serie de acciones que no se redondean a cabalidad y resultan inconexas entre sí, sobre todo en lo referente al grupo de criminales y sus motivaciones para asesinar a la madre de Luchito, amigo del protagonista. Hay vacíos que frenan el desarrollo de la historia y fuerzan los conflictos.

El trabajo con los niños siempre se ha tomado como uno de los grandes retos para el director, y ésta no es la excepción. Existe un cierto nivel de preparación que se ve opacado por los diálogos que los actores han tenido que aprenderse y que le quitan la dimensión infantil, esa frescura indispensable para una acertada construcción de estos personajes.

A pesar de todos sus problemas, el merito de esta cinta se encuentra en el esfuerzo de su realizador por sacar adelante un muy incipiente y casi inexistente cine de provincias. No muchos realizadores locales se pueden jactar de tener dos largometrajes en su haber y de contar con cierto grado de aceptación por parte del público del interior del país. Esta respuesta de los espectadores se da por el lado del reconocimiento en la pantalla de los personajes, las actitudes, los rituales. La identificación se torna más directa, gracias a una perspectiva más cercana a su realidad. Muy a su estilo, El huerfanito no tiene nada que envidiar a más de un estreno llegado a nuestra cartelera en estos últimos meses.

Guillermo Vásquez Fermi
(Crítica extraída de la revista Tren de sombras Nº 02, agosto 2004)

Crítica El Abigeo

Dirección: Flaviano Quispe
Protagonistas: Percy Pacco Lima, Flaviano Quispe Chaiña, Fernando Pacori Mamani, Victoria Ylaquito Zapana, Ney Torres Humpire, Nelly Gonzáles, Yeni Benique Benique.
Perú 2001

El cine de provincias representa para los realizadores regionales una oportunidad de presentar una imagen del interior del Perú, de su gente y costumbres, para al mismo tiempo desmentir algunas concepciones que se tiene de aquellos sectores en Lima y otras ciudades.

Puede resultar sorpresivo entonces ver El Abigeo, el primer largometraje del juliaqueño Flaviano Quispe, uno de los líderes de este nuevo movimiento fílmico. Sorpresivo porque Quispe no tiene ningún reparo en mostrar a la gente de la sierra con enormes defectos y conductas bastante chocantes.

El film parte de una simple anécdota: Maylli es un joven campesino acusado de robo y expulsado del pueblo por un enardecido grupo de comuneros. Es aquí donde se asoma la primera imagen negativa: los pobladores toman la justicia por sus propias manos y pasean al joven por todo el pueblo a punta de latigazos, en un Vía Crucis andino que termina con Maylli lanzado a un lago y expulsado del poblado. Es un poco excesivo, considerando que solo se robó una vaca y que no se dio cuenta del robo porque estaba completamente borracho -otro vicio que muchos asocian con la gente de la sierra y que, por lo menos según esta película, es bastante cierto y parece no molestar a nadie.

Es una fea imagen del interior del país y la deficiente presentación sólo la amplifica. Flaviano Quispe hizo un gran esfuerzo considerando los recursos con los que contaba – actores no profesionales salidos de los mismos poblados, equipo técnico limitado-, pero lamentablemente no le alcanzó. Justamente cuando las limitaciones se hacen más evidentes es durante el clímax de la película, donde la escena cambia de noche a día, luego a madrugada y de vuelta a noche en menos de 30 segundos y uno se pregunta porque les cuesta tanto a 20 o más comuneros lidiar con una sola persona, a quien parece nunca acabársele las balas.

El ritmo también es otro problema. Esta historia fácilmente pudo contarse en una hora, pero aquí se estira hasta decir basta, con Quispe cortando las acciones varias veces para mostrar imágenes de la vida cotidiana en el poblado y de la sierra en general. Solo faltaría la sosegada voz en off de Rafo León, dándole la bienvenida al amigo viajero, para contrastar estos fragmentos paisajistas del Ande con las actitudes de sus pobladores.

Ernesto Zelaya.

Todos somos estrellas: el boom del cine provinciano.

Han batido todos los récords de asistencia, son las películas más pirateadas, se producen en masa y su costo es comparativamente irrisorio. Con ustedes, el fenómeno que está causando furor en el interior del país: el boom del cine provinciano.



¿Quién diría que uno de los rubros más fecundos en nuestro país en los últimos años es la producción cinematográfica? Sip: no nos equivocamos de país, y el Perú no es Lima, como creía el gran Valdelomar. Hasta hoy se han filmado íntegramente en provincias más de cincuenta películas entre buenas, regulares, malas y malísimas, de acuerdo con la dividida opinión de los críticos y el público. Una cifra que podría suscitar la envidia del propio cine independiente estadounidense.

Su escaso presupuesto permite a los directores realizar el más radical “cine de autor”. La película que inauguró este fenómeno fue Lágrimas de fuego, de Melinton Eusebio, cuyo costo no superó los mil nuevos soles y se mantuvo en cartelera por más de diez semanas. El boom comenzó a fines de la década de 1990, y no precisamente en las provincias más desarrolladas sino en las provincias más pobres. Como si todo el tiempo sufrido hubiera macerado imagines y sueños que ahora empiezan a brotar a través del cine, aquella mágica continuación de la vista según entendederas del norteamericano Mac Luhan, hasta convertirse en la matrona de las ficciones más verdaderas, valga la paradoja.


Hay un factor tecnológico y otro social que explican el surgimiento del cine provinciano. El factor tecnológico es que se abarataron todos los formatos de vídeo y la cámara se convirtió en un instrumento accesible. El hecho social es que muchas provincias se reapropiaron de estas tecnologías para registrar sus fiestas tradicionales, colectivas, familiares e individuales, y se generó así una costumbre de representarse a sí mismos”, explica el sociólogo Santiago Alfaro

Se ha hablado de la antigua escuela cusqueña, que produjo películas como Cuculí o Los perros hambrientos, como el antecedente de este cine, pero lo que vemos en las realizaciones de Flaviano Quispe y Melinton Eusebio, los dos más importantes directores provincianos, no tiene nada que ver con esas películas. Así lo afirma Alfredo Villar, promotor de cine provinciano: “La escuela cusqueña” —dice— “tuvo las mejores intenciones. Eran películas muy bien hechas; no obstante, adolecían de lo mismo de lo que adolecía la izquierda: eran hechas por mistis, pero populistas. A diferencia del actual cine provinciano, esas películas no eran muy auténticas”.

Pero lo que no tienen en rollo lo tienen en variedad: a la fecha, el cine provinciano ha explorado casi todos los géneros de este arte: desde melodramas como El huerfanito hasta el terror más sanguinolento de Jarjajacha, pasando por películas de guerra como Gritos de libertad y cintas realistas como El abigeo.

Resultaría entonces fácil pensar que los creadores de este boom cinematográfico han sido una especie de cinéfilos compulsivos como Quentin Tarantino, quien aprendió a hacer cine zambulléndose en todas las películas que pudo. En el caso de Flaviano (Puno) y Melinton (Ayacucho), nunca sufrieron del síndrome de cinefilia ni podrían haberlo sufrido, ya que en sus lugares no existía una cultura cinematográfica simplemente porque no había cines.

Flaviano y Melinton son conscientes de los defectos de sus producciones; no hay que ser un experto para darse cuenta de sus carencias: cero bandas sonoras, excesivo uso del primer plano, malas actuaciones, cambios abruptos de enfoque, pésima iluminación. Y saben también que en algunos casos se deben a problemas de infraestructura y presupuesto, y en otros a un impertinente empirismo.

Sin embargo, Villar tiene una visión optimista: a su entender, a partir de estas fallas se podría consolidar estilos tipo “marca de autor”: “Los cineastas más originales descubren un nuevo lenguaje gracias a las fallas. Cuando Godard sacó Sin aliento en 1959, tenía todas estas cosas: saltos de eje abruptos, contraluces, elipsis raras. Mucha gente pensó que eran defectos de Godard. De hecho, era su primera película, y por eso muchos de ellos debieron ser defectos que luego se convirtieron en una marca de estilo. En el caso de Melinton y Flaviano, sus actuales deficiencias y excesos podrían terminar por transformarse mañana en una marca de estilo”.
Aunque el término nos seduce, es difícil aplicarle a este cine el término “alternativo”. Se trata, más bien, de realizaciones con lazos de inspiración bastante identificables, como el cine hindú en el caso de El huerfanito y las clásicas películas de la serie B estadounidense de terror en el caso de las de Melinton. Pero la peculiaridad de este cine le debe mucho también a la cultura del vídeo. La reiteración del primer plano en el cine de Flaviano es un tributo a los innumerables quinceañeros y matrimonios que filmó. Y la exageración de formas en las obras de Melinton tiene una deuda no solo con las películas baratitas hechas en los Estados Unidos que tanto vimos en la televisión, sino también, y sobre todo, con aquellos comics que aún rayan en provincia y que Melinton consumió de manera compulsiva. Pero Flaviano y Melinton no son los dos únicos exponentes de este boom: otros también han conseguido el éxito, como Palito Ortega o Henry Vallejos, responsable de la primera gran producción de cine provinciano, La venganza del Carisiri, en la que sí hizo una gran inversión.

No todas, sin embargo, tienen el mismo nivel. Como su producción se ha masificado, sus resultados son muy irregulares: “Los ayacuchanos comprenden las deficiencias porque entienden la precariedad, pero se dan cuenta de las intenciones de los realizadores meramente comerciales cuando el trabajo es muy malo. La gente se vuelve cada vez más exigente”, nos dice Melinton.

Flaviano cuenta que el Óscar no le quita el sueño, que quien sí lo hace es “el Jacinto”, protagonista de la segunda parte de El huerfanito que ya empezó a rodar. Y aunque a Melinton tampoco lo fastidia don Óscar, dice que tiene claro que si el día llegase no se quedaría en casa tocando el saxo como lo ha hecho Woody Allen. Acaba de terminar el guion de una película que filmará en Lima sobre los provincianos en la Casa Matusita.


Hablan los críticos

¿Y qué dicen los expertos? Para Isaac León, es una forma peculiar de cine de resistencia cultural: “En las películas de temática campesina anteriores el realizador se pone por encima del mundo; en cambio, en este cine provinciano el realizador forma parte del mundo que filma. A su manera, es un cine de resistencia cultural; aunque no consciente, hay una defensa cultural que resulta muy valiosa más allá de los cuestionamientos estéticos que uno pueda hacer. Yo no soy de los que piensan que las películas deban tener en todos los casos los mismos parámetros de acabado técnico, porque se han hecho muchas películas de gran valor expresivo a partir de un descuido o falta de prolijidad”.

Ricardo Bedoya cree también que no hay que hacerse muchos problemas con los defectos técnicos: “Si bien son películas muy precarias desde la construcción dramática, los personajes y los actores, estos defectos son parte de su singularidad y su textura. El cine es por lo regular una cuestión de oficio, y creo que estos son directores que tienen un interés serio en el cine. Por ahora podemos encontrar dos o tres momentos buenos en las películas, como el parto en El huerfanito y la escena del borracho silbando de miedo en Jarjacha”.

A su turno, Alberto Servat alerta sobre el riesgo de la masificación de estas producciones: “Una cámara en un niño, un provinciano o un capitalino desarrolla la posibilidad de que cada quien pueda hacer sus propias películas; de ahí el mal resultado técnico, porque se hacen con elementos muy primarios. Y esta masividad puede bajar el nivel de la exigencia del público, porque el público se deja contentar con cosas fáciles. Se trata sin duda de una manifestación artística como cualquier otra, pero hacer cine es muy difícil y el resultado es diferente del que te puede plantear un artesano. Un cineasta necesita de todo un aparato técnico”.

Hasta ahora no podemos hablar de una gran obra, y quizá ninguna película realizada en el interior del país haya superado los estándares internacionales de calidad. Lo que sí han remontado, y por mucho, son los estándares de asistencia: un público masivo se ha volcado sobre aquellos enormes teatros que subsisten en provincias. Quizá ninguna reúna aún los requisitos para pelear premios pero cuando son exhibidas la gente se pelea por entrar. Así que jugando de local y con estadio lleno, estos cineastas nuestros le ganan todos los partidos al más pintadito de Hollywood. Además, ¿qué importan los premios cuando la gente goza una bonita historia? ¿De qué decían que se trataba el cine?

Finalmente, cámaras más, cámaras menos, todos somos estrellas, aunque sea de nuestra propia historia.


Flaviano, el tejedor

El día del estreno de su ópera prima había una inusual aglomeración de gente fuera del teatro, acondicionado para una inusitada proyección de cine. ¡Chispas!, se encendió Flaviano. Pensó que había ocurrido algún accidente y que Defensa Civil suspendería el evento. No imaginaba que esa muchedumbre había ido a espectar su película y que dentro ya no cabía un alfiler.

Lo último que hizo Flaviano Quispe antes de realizar su primera película fue tejer su última chompa. De familia humilde y sin recursos, desde niño se las tuvo que buscar para subsistir y encontró en la confección de chompas de alpaca un buen nicho laboral.

Otras eran, sin embargo, las ideas que iba tejiendo mientras tejía. A comienzos de la década de 1980 terminó secundaria, se dedicó a estudiar teatro y participó como extra en la película Túpac Amaru, de Federico García. Desde entonces empezó a picarle el bichito del cine.

Y la picazón le duró hasta Lima, sin duda, porque cuando vino a la capital por motivos de trabajo lo primero que hizo fue matricularse en unos cursos de teatro y vídeo en el desaparecido CETUC, donde conoció al cineasta José Antonio Portugal. Grande fue su sorpresa cuando este le dijo que en el Perú no existía la carrera de director de cine; pero para paliar el desánimo, le ofreció clases particulares ad honorem.

Regresó a Juliaca convertido en director de teatro, con una cámara bajo el brazo y sin muchas ganas de tejer. Así que anduvo filmando vídeos caseros, haciendo ‘cachuelos’ para la televisión local, mientras soñaba por las noches con el sueño que no lo dejaba dormir desde su primer contacto con Portugal: el de la película propia.

Así nació El abigeo, su primer largometraje. El mayor costo fue el tiempo que se vio obligado a invertir en su realización: le tomó dos años, que pasó con una mano en el pecho y la otra en el bolsillo derecho. Lo terminó y lo estrenó en el 2001. Flaviano se sirvió de todos los medios habidos, y sobre todo por haber, porque al término de la filmación quedó absolutamente endeudado, pero feliz.

Luego vino el éxito El huerfanito, que narra las desdichas de un primo suyo cuando llegó a la ciudad: “En El huerfanito, como ya éramos un poco conocidos, hubo más gente y más días de proyección; y era un producto mejor, así que la gente aplaudió mucho. Pienso que fue porque en las imágenes hallaron su misma identidad y a ellos les reconforta verse”, cuenta Flaviano.


Melinton y Jarjacha, la bendición del insisto


Melinton tampoco fue un cinéfilo compulsivo. Sus imágenes fílmicas tienen su origen en otras fuentes, porque en el Ayacucho de su infancia no existía la avalancha de CD piratitas que hoy compensan la carencia de cines. Abundaban, sí, las historietas de todo tipo, y una sobreoferta de realidad gore que superaba cualquier ficción. Las historias de terror con las que creció Melinton no fueron producto de horas de insomnio cinéfilo, sino más bien de las infinitas escuchas de amigos, conocidos y parientes, cada uno, a su manera, protagonistas y extras de una guerra interminable.

A diferencia de Flaviano, Melinton Eusebio proviene de una familia de comerciantes que lo liberaba de urgencias económicas. Por eso, ni bien salió del colegio se consiguió una cámara y se puso a filmar la vida de las pandillas en Ayacucho. Lágrimas de fuego fue su ópera prima.

“Filmé Lágrimas de fuego con una cámara casera de las que había antes, con mis amigos del teatro que también estaban interesados en el cine. La película tuvo buena acogida en Ayacucho. La población quedó satisfecha porque pensó que era posible hacer cine en Ayacucho, y creo que eso ha marcado a otros autores”, dice Melinton.

Luego vino Jarjacha, la maldición del incesto, en la que Melinton recreó la historia del demonio del incesto, un mito muy recurrente en los Andes. Como las otras, esta película es resultado de su pujanza y su fuerza de voluntad, un proyecto en el que al principio nadie creía, así que de ser La maldición del incesto se convirtió en “la bendición del insisto”.

Jarjacha tiene el mérito de haber sido la primera película de terror hecha en casi un siglo de cine nacional, y el récord de ser la película más pirateada. (Fuente: “El Hueco”.) Si hacer reír es difícil, hacer temblar lo es mucho más, sobre todo en un ambiente que parecía vacunado contra estas emociones. Con sus películas de terror Melinton parece reflejar los miedos y di lemas de una generación sobre la que pesa un pasado que no quiere recordar.

Fue tal el éxito de Jarjacha, que ahora hasta se disputan la paternidad de la criatura. Existen ya dos versiones del filme. Como el de Hollywood, también nuestro cine tiene sus puyas. Melinton cuenta que luego del éxito de su película otro director ayacuchano, Palito Ortega, sacó la segunda versión y se jactó de que era la original: “Pienso que fue una competencia desleal. Él [Ortega] puede hacer algunas versiones, pero no aprovecharse del éxito ajeno. Ahí se rompió la amistad con él”, lamenta Melinton.

Gerardo Saravia.

(Artículo extraído de la revista del Instituto de Defensa Legal, No 176, mayo 2006).

Las fotos corresponden a escenas de El huerfanito, de la filmación de Jarjacha (x 2): La maldición del incesto, a dos escenas de Almas en Pena, y a Flaviano Quispe y Mélinto Eusebio, respectivamente.

Primer FENACI


Entre el 14 y el 16 de octubre se llevó a cabo el Primer Festival Nacional de Cine Independiente (FENACI), en el auditorio de PetroPerú -Av. Paseo de la República 3361, San Isidro. La organización corrió por cuenta de Cine Arte San Marcos y contó con el apoyo de PetroPerú, El Instituto de Ciencias y Humanidades y Media Solutions Perú E.I.R.L. Es así que durante tres días se proyectaron doce largometrajes provenientes de diversas regiones del Perú. De Lima, Que vida fue la mía, de Walter Canchaya y Good bye Pachacutec, de Federico Gabriel García; de Ayacucho, La Maldición de los Jarjachas, de Palito Ortega; de La Libertad, Los actores, de Omar Forero; de Junín, Sangre y tradición, de Nilo Inga; de Puno, El huerfanito, de Flaviano Quispe y El misterio del Kharisiri, de Henry Vallejo; y de Cajamarca Los Taitas y Los caciques, de Héctor Marreros. También de Marreros se proyectó en calidad de estreno absoluto para la capital El encuentro de dos mundos, la otra cara.

Si bien hablar de un cine peruano independiente no es pertinente dada la ausencia de una industria fílmica en nuestro país, son las producciones de provincia, o las que son realizadas por directores autóctonos radicados en las afueras de la capital, las menos dependientes del “sistema” y a su vez las más representativas. Películas de aliento indigenista, tropical o criollo, grabadas al margen de tópicos y/o fórmulas occidentales e importadas, como las exhibidas a lo largo del primer FENACI.

Hay que destacar entonces la iniciativa del colectivo sanmarquino de poner en agenda por primera vez de manera “oficial” a ese otro cine. Si bien El Cinematógrafo de Barranco y el Centro Cultural José María Arguedas, CAFAE-SE, han sido en los últimos tiempos las principales vitrinas limeñas de las producciones regionales, nunca una Institución le había dedicado un Festival propiamente dicho. Esto no es solo saludable como alternativa frente a la acartonada cartelera a la que estamos acostumbrados, sino para tomarle el pulso a una movida audiovisual que de un tiempo a esta parte devino en la más prolifica del país.

Por ello, más allá de la esperable calidad de las películas en cuestión, el FENACI pudo despejar un poco la bruma que se cierne sobre estas cinematografías emergentes, pero poco conocidas por el espectador no especializado de la capital. La entrada libre fue en tal sentido un motivo justo y necesario para incentivar la afluencia del público.

Sin embargo, no se le dio al Festival la importancia debida, al punto que ni siquiera figuró en la agenda cultural de ningún medio importante. Tal vez a ello se deba la poca afluencia de público, la cual nada tiene que ver con las salas abarrotadas que se les suele atribuir a las proyecciones de las películas del interior en provincia. A pesar de que el auditorio sanisidrino cuenta con una holgada capacidad, quizá con un manejo de prensa más adecuado el evento de marras hubiera lucido menos desolado. Esperemos que en un eventual segundo FENACI las cuestiones organizativas (las funciones empezaron en su mayoría a destiempo, Petroperú ni siquiera había autorizado el uso del estacionamiento por parte de los concurrentes), así como las películas proyectadas, demuestren una mejoría.
Diego Cabrera