martes, 27 de noviembre de 2007

Crítica Almas en pena

Director: Mélinton Eusebio
Año: 2005

Cuando uno se enfrenta a un película surgida desde un núcleo cultural distinto del nuestro (el occidental), es necesario tomar en cuenta nuestra propia posición de lectura, el lugar desde el cual la estamos apreciando (y juzgando). Eso, por supuesto, si la película lo permite. En Jarjacha, el demonio del incesto (2002), Mélinton Eusebio se había apropiado de una figura clave de la cosmovisión andina (el mítico Jarjacha, cuyo conocimiento resultaba esencial para comprender a cabalidad la película) para ponerlo al servicio de un proyecto mayor: la mirada nunca certera de la realidad andina a los ojos occidentales.

Esa tensión cultural irresuelta no está presenta en Almas en pena. La película parece inscribirse deliberadamente dentro del sistema “película de terror”, y cumple con las reglas (y encuentra las limitaciones) que le impone el género. Es cierto que nunca debemos juzgar un texto (escrito, fílmico o de cualquier tipo) por lo que no es, así que centrémonos en su propia premisa y veamos qué encontramos a la luz de ese marco. Como película de terror, Almas en pena no presenta ninguna variación que la haga más interesante que cualquier película convencional del género: Eusebio, el protagonista, tiene la indeseable capacidad de ver a personas muertas, explotado incluso en blockbusters tan deleznables y previsibles como El sexto sentido. Ese tópico inicial no es utilizado como un pretexto que permita ofrecer una perspectiva personal del género, y mucho menos sirve como puente para reelaborar el tema de los fantasmas y las apariciones bajo los códigos de la cultura del universo representado (el mundo andino).

A pesar de todo, Eusebio se da maña para romper con los parámetros que se impone. Y esto ocurre con la aparición de Arcadio, un hombre ambicioso, con cierto poder y dinero, que no duda en matar para cumplir con sus ambiciones. La ruptura del orden que sufre la sociedad con los crímenes de Arcadio es narrada con energía y vitalidad, y consigue momentos de alta tensión dramática. A la película le bastan un par de escenas para transmitir la complejidad de una realidad en que la justicia no existe (y la impunidad depende del azar: en este caso, un sombrero que cae azarosamente por un precipicio en el momento del crimen). Esta anécdota, de lejos lo más logrado e interesante de Almas en pena, tiene además la virtud de encajar a la perfección dentro de la historia principal que se está relatando. El problema es que no consigue enriquecer dicha historia, no le da ningún matiz (difícilmente lo más alto al servicio de lo más bajo dará buenos resultados).

A pesar de que con las dos películas mencionadas, el director parece haber optado por un camino que lo limita (el género de terror), cuando burla el esquema y se aproxima al realismo (como con Arcadio), salta a la vista que tiene el suficiente talento y capacidad como para lograr resultados mayores. Esperemos que en algún momento decida quitarse ese corsé genérico que por ahora es al mismo tiempo su sustento y su limitación.

Francisco Ángeles

1 comentario:

Anónimo dijo...

que feo n0?